martes, 6 de septiembre de 2011

LOS DIOSES Y SU INFLUENCIA EN EL HOMBRE


La mitología es una de las formas universales de pensamiento que en determinado momento dio respuesta a los interrogantes del hombre con respecto a su existencia y a lo existente.
 A cada inquietud, el hombre se vio obligado a buscar una solución que le permitiera justificar los diferentes acontecimientos de la vida. Para lograrlo, se crearon los dioses como el sol, la lluvia, el viento, la tormenta, el rayo… atribuyéndoles además, una actividad o función especifica dentro de la sociedad.
 Al igual que la mitología, la religión y la filosofía, también han buscado la esencia de las cosas, el origen y las causas de los fenómenos fundamentales, encontrando respuesta para resolver los enigmas centrales de la existencia.
 La religión, junto con un conglomerado de creencias y doctrinas, ha sido desde tiempos remotos un factor de civilización, de organización social y política; convirtiéndose además, en el espacio donde el hombre ha depositado sus esperanzas y convicciones con respecto a las dificultades que se le han presentado y se le siguen presentando. La mayoría de las religiones son monoteístas porque nos demuestran la idea de Dios único, el creador y regidor de todas las cosas; inmortal, que no depende de ningún otro ser; perfecto, justo y misericordioso, el cual está en todas partes.
Por su parte, la filosofía abarca aspectos económicos, políticos y sociales. Así, Jenófanes de Elea, fundador de la escuela Eleática, concluye que hay un Dios único y superior a todos los dioses del Olimpo. Sin embargo, Pitágoras, filosofo sofista dice: “sobre los dioses no tengo medio de saber si existen o no existen, el hombre es la medida de las cosas, de las que son en cuanto son”. Por otro lado Martín Heidegger, existencialista ateo, afirma que: “el hombre es el único ser al que le interesa su ser”, es decir, el hombre debe encomendarse así mismo y no depende de ningún otro ser. Es así como el hombre pasa de un pensamiento teocentrista a un pensamiento antropocentrista.
Homero en La Odisea cuenta las aventuras y desventuras de los viajes de Odiseo (Ulises), héroe itacense que contó con el apoyo incondicional de Palas Atenea, la diosa de la sabiduría: “Minerva, decidida, protectora del itacense le envolvió en espesa nube y la hizo invisible para evitar que nadie le sorprendiera con preguntas de embarazosas respuestas”. Desde la antigüedad, el hombre siempre ha esperado la ayuda de algún dios que lo salve de sus atribulaciones. Los dioses griegos tenían poderes extraordinarios y decidían el destino de cada hombre: “agitando el tridente, Neptuno amontonó las nubes y turbó el mar, desatando vientos y haciendo que las tinieblas ocultaran el día. El Euro, el Noto, el Céfiro y el Boreas soplaron a la vez levantando gigantescas olas. Ulises vio su ánimo desfallecer”.
Desde siempre los humanos les han rendido cultos, sacrificios y ofrendas a los dioses, destinándoles templos sagrados, y allí oran mediante oraciones por sus necesidades: “Telémaco se encaminó en solitario hacia la playa, y luego de lavarse las manos en el espumoso mar, oró a Minerva: ¡Socórreme, que a mis propósitos se oponen las gentes, sobre todo los que pretendían a mi madre!”.
 Con el transcurso del tiempo hemos notado como los dioses han influido en la vida de los hombres, constituyéndose en la esencia de la existencia de los seres humanos y todo cuanto les rodea. Seres supremos que hacen parte de concepciones mitológicas, filosóficas, religiosas, espirituales y sociales, con características antropomórficas y sentimientos humanos, rigiendo sobre los hombres, en sus actos, labores, creencias, costumbres y hasta su propio destino.


                                    Por: Lina Maria Pérez Vega
                                                                                          Egresada 2006                

EN SILENCIO...


Él miraba detenidamente su larga y hermosa cabellera que se elevaba al viento, libre como él nunca lo había sido, porque era cautivo de aquella mujer por la que daréis incluso la vida.
Sabía todo sobre ella, amaba su sonrisa, su mirada, su vida, aunque ella siquiera supiera de su existencia.
Solía seguirla día tras día hasta su casa, sólo con la ilusión de contemplarla, pero no se había atrevido a acercarse nunca a ella, ese era el temor de su vida, lo que le atormentaba como una daga en su pecho.
Una tarde mientras ella jugaba con sus amigas en el río, él la observaba desde una orilla, algo horrible sucedió. Todas las muchachas gritaban desesperadas para que alguien la salvara.
¡Era la mujer de su vida! A quien amaba con locura. Se estaba ahogando y ninguna de sus amigas se atrevía a ayudarla.
En ese momento solo pensó en salvarla.
Se tiró al río y la ayudó; por amor se tiró a salvarla, pero para su desgracia aquel remolino se lo llevó.

Por: ROSA MARÍA DÍAZ
      11º Informático
       EXALUMNA